martes, 5 de mayo de 2009

Partido de ida

Pau-Pamplona

El alba. Aún se vislumbran los restos de la terrible batalla librada en la nocturnidad por aviesas criaturas, antaño seres humanos, cuyos despojos yacen a penas reconocibles como una gigantesca masa en el sucio suelo del cual a penas se distinguen, después de que el cuasimítico y arcano maestro del póker, Pascu el Gris (primero era el Blanco, pero ya se sabe, el que no conoce el Ariel...), los desplumara (nunca mejor dicho, habida cuenta del cacareo generalizado que reinaba en el ambiente), tras lo cual cayeron, no en  los brazos de Morfeo precisamente, sino de extraños y etílicos brebajes suministrados sin duda por algún minorista sin escrúpulos en alguno de los múltiples badulaques que impunemente jalonan la geografía gabacha.

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Todo comenzó, no obstante, el día precedente, cuando aquellas insulsas criatruas comenzaron su épico periplo por tierras de Napoleón, no sin antes detenerse  en una extraña taberna de un reino perdido de cuyo nombre no quiero acordarme (Autogrill, creo) para reponer fuerzas y avituallarse de alimentos y útiles absolutamente imprescindibles para continuar su viaje  (Pack 4 DVD Chuck Norris: 10.50; creo que incluía Delta Force y no se qué más...). Allí se nos suministró una desconocida y sombría sustancia a la que, por pura maldad o símplemente para mofarse de nosotros, llamaban café.

Tras arribar a su destino y afrontar una durísima jornada salpicada de terribles adversidades, pruebas y maléficos castillos, llegó el descanso para los valientes guerreros, en un refugio a penas accesible en el que nos recibió un oscuro (literalmente) ser, que insistía en que nuestro vehículo cabía por la entrada (similar a las puertas del cielo, según la iconografía jolibudiense), mientras, sin embargo, nuestro abyecto y diligente jefe (usease, el chófer), sostenía lo contrario (a punto estuvimos de ver Rocky  IV ahí mismo).

Aquella nuestra buena casera que, como pude observar más tarde, no se reflejaba en el espejo cual Vlad el Empalador (y el parecido no acababa ahí), nos advirtió seriamente que no nos ducháramos con agua muy caliente, pues podía saltar la alarma de incendios, y que quizá encontraríamos la calefacción algo fuerte. Lo cierto es que varios de nosotros amanecimos al día siguiente con graves síntomas de hipotermia, y el agua de la ducha (diminuto y curioso
habitáculo que hacía las veces de inodóro, sala de estar, discoteca, cocina,  locutorio y no sé qué más...) sólo le parecía a uno caliente cuando salía de la misma y entraba en contacto con el ambiente gélido de la habitación que nos recordaba, más de lo que hubiéramos deseado, a aquel perdido lugar al que superman iba a reflexionar, guardar criptonita, y derrotar a los malos de la segunda parte que no me acuerdo como se llaman...

Podría contar más, pero os advierto que acojona...

Desde ya, hoy partido de vuelta.

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