lunes, 26 de octubre de 2009

Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero

15 líneas: relatos hiperbreves


corazonajo


Vuelta de esta sección pródiga que tan poco se prodiga. Aunque nunca se fue, vuelve y lo hace con un montón de maravedís de beneficio, con ambición limpia. Quiere como nunca hacer lo de casi siempre: proponer y disponer. Te dispensa un yacimiento de relatos de breves a superbreves y te propone que fecundes uno a partir presentándote a una musa.



El sónar

Vamos con el dispone. En nuestro paseo matutino por la red hemos localizado a Marilena una e-viajera que en el apartado libros de parasaber.com recomienda su lectura a Hector, otra ciberpipol que pide ayuda sobre libros de relatos cortos. La recomendación la tienes en el título. Aquí va un fragmento:

x Inma Luna



Los días amanecen dispuestos a cualquier catarsis pero ya nos encargamos nosotros de amansarlos, de moldearlos hasta que se introduzcan en las vías rígidas, estrechas y falsas de la normalidad.
Adelita se levanta con ganas de cantar pero se calla para no molestar a su vecino, que duerme hasta las tantas.
Adelita se acuesta con ganas de ser acariciada pero se calla para no molestar a su marido, que duerme desde hace rato.
Yo vivo justo enfrente de Adelita y la veo deshacerse de ganas de vivir todos los días mientras unta la mantequilla en la tostada o pela con ternura una naranja.
Un día la miré cuando me crucé con ella por la calle. Estaba lloviendo y Adelita no estaba llorando, pero lo parecía.
Soy un asesino.
Antes era un fotógrafo pero un día acepté la catarsis y me dejé, por fin, llevar.
Maté a un gato.
El gato de mi vecina Adelita.
Él me lo pidió. Más bien, quiso apostar y yo acepté la apuesta. Y la gané.
Vino hasta mi ventana cuando yo salía de la ducha y fumaba el primer cigarrillo de la mañana.
Lo vi pasar veloz y silencioso. Como un gato. Y al momento volvió a pasearse, esta vez altanero, por el alféizar de la ventana. Movió el rabo en un latigazo, el pelo levemente erizado, los ojos acuosos y obsesivos.
Hacía fotos a parejas de novios subidos en columpios adornados con flores de tela y hojas de plástico.
Hacía fotos a novios tímidos y a novias desinteresadas. En aquel entonces ya había sentido alguna vez el deseo de acuchillar un corazón tembloroso y apocado, tan reseco y amargo como el de Adelita.
Podía calmar aquel deseo a base de hamburguesas. Tragaba doce o quince. La carne grasienta, roja y apelmazada aliviaba el incipiente deseo. Llegaba así a la sesión de fotos de la tarde con una cierta calma, la que me proporcionaba el regusto a carnaza que me quedaba entre muelas.
Adelita bajó un día a comprar una barra de pan para la cena. Eran las siete y media de la tarde, una hora tranquila de luz esquiva, hora de merienda tardía y cena temprana. Olía a fuagrás. El gato hizo fu.
Vi a Adelita desde mi ventana. Tenía mucha hambre. El gato era un gato.
Adelita quería comprar pan y cantar y ser acariciada. Yo era un asesino y antes fui un fotógrafo.
La luz es muy importante. La luz, la sombra y el color. Intentar que el cutis de la novia no aparezca como es: impuro y grasiento. Los gatos no deben, no pueden, ganar las apuestas.
Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero...
La musa

En cuanto al dispone. Retornamos a nuestro hábito y te traemos una/otra serie virlada del festival de fotografía colectiva notodofotofest es lo que llamamos un posado robado. Se trata de hacer un relato ráfaga a partir de la visión de esta serie de fotografías. Esperamos vuestros comentarios.

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